Las cenas de verano saben diferente. Tienen como un regusto a quinceañera, a esas noches sentada en las escaleras de la puerta del vecino, a cabañas de sábanas, chapuzones por la noche y olor a jazmín. Las cenas de verano no tienen hora, ni dieta, ni frío. Son las mejores cenas del mundo y todavía no entiendo como las barbacoas en cualquier terraza no tienen Estrella Michelin.
La semana pasada preparamos una cena de verano que sonaba un poco a Jason Mraz, otro poco a chicharras y algo más a chisporroteo del carbón. A ese shhhh de cuando la carne gotea, a chin-chin y a un redoble de tambores de «ay, ¡que llena estoy!».
Hicimos hamburguesas a la barbacoa y en una bandeja corté diferentes ingredientes (cebolla morada, rúcula, tomate, queso de cabra, sobrasada y miel) para que cada una se la tuneara al gusto. Maíz tostado, zanahoria con dip de yogur y un buen bol de patatas fritas con curry en polvo.
Saqué las guirnaldas a la fresca, hice un camino de mesa con enredadera y aunque puse cubiertos, estaba segura que los mejores tenedores, esa noche, iban a ser nuestras manos. Las cenas de verano sirven para arreglar el mundo, recordar hazañas y contar con los dedos llenos de salsa barbacoa cuántas playas me quedan por recorrer.
Como no va a ser la única cena que haga este verano, creo que con éste, voy a empezar un hilo de 5 post con ideas para cenarnos el mundo en el jardín. ¿Qué os parece? ¿Os apetece?
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