Antes de la mudanza a Madrid tenía un calendario en el que iba apuntando la cantidad de cosas que quería publicar, pero ya dije que el futuro tiene previsto no inventariarme la vida. Así que ahora que ya es otoño me entra la morriña isleña y quiero compartir aquí una de las cenas con amigos que hice este verano para revivirla un poco. ¿Que os parece?
Las cenas de verano son para contar historias, beber muy fresquito, encender velas, oler a pino, o a playa o a sal y quedarme con el hambre suficiente como para, durante la velada, planear cómo nos vamos a comer el mundo. Porque en verano tengo más hambre de eso que de otra cosa.
A él le gusta mucho cocinar, se viene muy arriba en las cenas con amigos y su último propósito es comprarse un sifón profesional. Alfonso, -estoy convencida- de mayor quiere ser Ferrán Adriá.
A finales de agosto y con el calorazo que ha hecho en Mallorca este verano, no iba a encender el horno ni aunque me lo pidieran por favor, así que me pasé toda la tarde bailando en la cocina, preparando tacos; unos de ceviche de langostinos y otros de pollo con mango y cantando a grito pelao alguna canción de Jason Mraz.
Mar y yo nos conocemos desde que tenemos uso de razón y también hemos perdido alguna que otra vez la razón juntas. Tenemos algún saludo en clave y podemos no hablar durante meses y querernos toda la vida.
Hace un par de cenas quedamos en que íbamos a reunirnos alrededor de la mesa, como mínimo, una vez cada veintipico días, pero el destino viene como quiere y ahora nos separa un poco de mar y otro mucho de tierra. El caso es que, aunque sea por Skype, haremos que cenamos juntas y nos contaremos la vida mientras mojo las ganas que tengo de ver el mediterráneo en el tarro de zanahoria y salsa de yogur.
Te he llevado al verano un rato, ¿has sentido, como yo, el olor a jazmín? ¿Quieres saber cómo hice el camino de mesa de buganvilia? Te lo cuento en este post.
Deja una respuesta