El vermut ha vuelto, desperezado entre cajas, sifones, grifos y vasos de café largo. El vermut ha vuelto con las cangrejeras, los pantalones de pitillo arremangados, las camisas de estampados de palmeras, las gafas redondas y el pelo largo infinito. El vermut ha vuelto con los manteles de cuadros, los hules de floripondios, los vasos color caramelo y los platos blancos con ribete azul. El vermut ha vuelto con el mismo sabor que le hacía sonreír a mi abuelo, achinando los ojos mientras rasgaba del palillo la gilda con los dientes. El vermut ha vuelto con todo, a mesa puesta, para lucirse. El vermut ha vuelto con la fuerza con la que vuelven las cosas que nunca se han ido.
Para mí volvió hace unos 5 años, en la barra de una taberna del Barrio de Las Letras. Volvió saliendo del grifo en el que siempre ha estado, con un pincho de tortilla y sin hielo. Desde entonces, inevitablemente, la hora del aperitivo es para mí, exactamente, a #lasvermutenpunto, ni un minuto más ni una aceituna menos. Esa hora en la que me relajo y pondría los pies sobre la barra del bar si no fuera porque ya he perdido la elasticidad de la que presumía cuando hacía gimnasia rítmica.
En mi particular oda al vermut os traigo un vermut mallorquín que he preparado con limón, lima, cardamomo y canela. El vermut Muntaner acompañado por unas chips de vegetales y un hummus con pimentón ahumado ha tocado el cielo de mi boca. Puede que sea una nostálgica, una isleña acérrima, una apasionada de la isla bonita y una abanderada de Mallorca, pero poder prepararme un vermut Muntaner en mitad de La Latina me parece lo más parecido a mojarme las pantorrillas en el mar, a sentir la humedad en la piel, a sacar la mano en el coche mientras recorro la carretera de Deià.
Ojalá siempre, señor vermut Muntanter, me hagas viajar desde la base de mi lengua hasta el pinar de San Telmo, con las paellas en el campo, las sillas plegables, el renault 12 verde, los vasos de plástico, las aceitunas con anchoa y las cangrejeras. Ojalá cada sorbo de este vermut me lleve de viaje alrededor de aquella mesa plegable en la que apoyaban los codos y esparcían las risas los que me han visto crecer.
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