Lo somos. Somos una generación con hambre de mundo. Rotundamente. Nadie apostaba cinco duros, nadie se atrevía a arriesgar ni si quiera el agujero de esa moneda de 25 pesetas, que tantas perchas me llenó, por esta generación que hemos vivido desde la cima al suelo y vuelta otra vez. La generación que disfruta al sentir cosquillas por no bajarnos de la montaña rusa que supone vivir intensamente persiguiendo sueños. Esta generación para la que whatsapp era esas notitas que pasaban de pupitre en pupitre contándonos dónde comimos ayer y quién te gusta hoy sin necesidad de doble check y con la única conexión de las miradas.
Somos una generación con hambre de mundo. Una generación dispuesta a reír, a luchar, a llorar, a escalar, a caer, a aprender y a lanzarse al vacío que hay justo después del final de tu zona de confort. Ahí, en ese punto donde todo lo que baja sube. Ese trozo del camino que sólo nos atrevemos a hacer los que cogemos al destino por los cuernos y le damos tres vueltas de campana. La generación 43.
Hace una semana tuve la oportunidad de juntarme con un grupito de esta generación de soñadores (despiertos) y recorrer las calles de Madrid como si fuera la Ruta 66 pero restándole 23 y sumándole algún pi-chi (léase en madrileño). El resultado fue una Ruta 43 de lo más pintona, descubriendo locales de la noche madrileña en los que fuimos del Gordo de Velázquez a Marmo y La Villana y tiro porque me toca, zampándonos desde el clásico ibérico a las sorprendentes croquetas de chocolate mientras brindábamos con esta pócima para soñadores.
Da gustete coincidir en la vida con personas que llevan las mismas gafas que una misma para ver el mundo, donde lo único que prima es ser uno mismo y aprovechar los minutos estirándolos como chicles Boomer sin miedo de que la burbuja explote y tengamos que empezar de nuevo a mascar otro sueño.
Si eres de las mías, si te sientes de esta generación y te apetece celebrar tu mejor momento por la capital, te recomiendo que te dejes llevar por esta ruta que me descubrieron hace unos días. Puede que no consigas sentarte en una carretera desierta e infinita y que no te persiga un sheriff atravesando Texas pero puedo asegurarte que, si te dejas llevar, puedes llegar a sentir la sensación del viento en la cara al disfrutar del viaje que supone una noche con personas auténticas que, como tú, forman parte de esta generación con hambre de comerse el mundo.
¿Por dónde vas a empezar la aventura?
Si te has quedado con hambre puedes seguir picoteando por aquí
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