Y llegó el día que nunca supe que había esperado y que había estado esperando toda la vida. Bienvenidos a mi boda slow.
Eran las 19:45h del 17 de agosto y, después de serpentear por la Serra de Tramuntana y cantar a grito pelado con mi hermana en el coche (podéis ver de lo que os hablo aquí), me casé. Me casé como nunca había previsto y como siempre había soñado. Mi no-boda, una slow wedding con todas las letras. Sin nervios, sin preparativos interminables y sin expectativas de montaña rusa. A un paso (literal) del mar, de una manera infinitamente íntima e informal, soberanamente mágica y especialmente única.
En una cala de un pueblecito pintoresco (Estellencs). Rodeados de flores, Serra y mar. Los dieciséis comensales más importantes de mi mundo dispuestos a celebrar, alrededor de una mesa (dónde si no), que queremos que esto dure foodever. Respecto a lo de mover el bigote, tuvo la culpa Vicky Pulgarcín y su equipo (gracias Bernardo) que nos hicieron gozar como nunca con un menú que iba de Madrid a Mallorca sentado en el paladar en clase business.
Estaba tranquila, como los 12 meses que pasaron desde aquel ‘quiero que pasemos el resto de la vida juntos’ que me regaló por mi cumpleaños mi (ahora) marido, acompañado de un álbum de fotos con muchas páginas por seguir rellenando con nuestras aventuras.
Creamos un equipo para la no-boda de esos que se forman sin querer, de los que en lugar de buscar, te encuentras. Gracias a Juliets por ponerlo todo tan bonito, por los pomperos que hicieron de arroz, por la mesa infinita, la buganvilla, las conchas de las servilletas que después usamos todos de pulsera o collar y ahora cuelgan de mi lámpara de noche. Gracias por el grupo de WhatsApp que me hizo la boda tan fácil. Gracias por decirme lo guapa que iba y hacerme una master class exprés de cómo se coge un ramo aunque no vayas vestida de novia. Gracias por las sonrisas, por el brillo en los ojos, por las carreras para que estuviera todo perfecto en tiempo récord y por colocarme, como si fuerais de la familia, mi corona de flores de De Blanc, your inspiration. Atrevida, delicada y salvaje como yo; con rosas y cardos como la vida misma. Natural y perfecta como el ramo. Y como todos y cada uno de los arreglos florales que invadían la mesa en aquella cala de ensueño.
Todavía no me creo que pudiese casarme allí. En un sitio en el que siempre había soñado sin saberlo.
Gracias Susan Ros por congelar el momento más cálido de mi vida para que nunca se funda en nuestra memoria. Gracias por tu magia, por tus ojos de chinita, por tu entrega sin mesura y por el equilibrio que te permitió disparar tu cámara en la puntita de rocas en la que decidimos darnos el ‘sí’. Gracias por permitirme (re)vivir nuestra no-boda durante el resto de nuestra vida.
Ojalá casarme cada año como aquel día. Con guitarra y voz en acústico de María Estarellas y el murmullo de las olas como banda sonora de esta película.
Gracias Miró Fernando por anclarte en mi dedo y en el suyo, por abrazarnos el anular para siempre. Gracias por poner la suerte en forma de guinda en mi anillo. Tú vales oro y nuestros anillos no tienen precio. Gracias por guardarlos en madera y por dibujar nuestro país en la tapa.
Ahora somos una familia de madrillorquines. ¿He dicho familia? Todavía no me lo creo pero tengo un libro en la mesita que dice que sí. Y bueno, también lo dicen tus ojos debajo de las gafas. Marido.
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