Si piensas en Francia es muy probable que tu cabeza vaya directa a París y no tenga en cuenta que en el sur, justo haciendo frontera con España, hay pueblecitos dulces que maridan de maravilla con el queso local.
Hasta allí fuimos la semana pasada, en un tren de alta velocidad de Renfe SNCF desde Madrid a Narbonne. Y sí, lo vamos a vivir juntos en otro #EatsTravel. Aquí. Ahora.
El viaje empezó subiéndonos en un vagón. A mí siempre me ha parecido que viajar en tren es una conexión directa con la inspiración: se activan los sentidos. Y así fuimos, con un ventanal con paisaje a gusto de todos, con el Mediterráneo desfilando a los lados de las vías del tren. En unas horas llegamos a Narbonne, una ciudad donde brilla el sol 300 días al año. La ciudad olía a navidad, a hogar, a ‘mequieroquedar’. Empezamos la aventura poniendo rumbo al hotel Le Château L’Hospitalet, pero antes de llegar hicimos una parada breve que me hubiera gustado guardar #foodever al vacío: el atardecer. Fue la primera toma de contacto con los viñedos y, con la suerte a favor, coincidimos con la hora mágica. Os podéis imaginar el espectáculo de colores.
En Le Château L’Hospitalet, pudimos disfrutar de una cata de vinos orgánicos y biodinámicos de Gérard Bertrand, al que conocimos personalmente y nos regaló su libro ‘El vino a cielo abierto’ al que estamos deseando hincarle el diente.
Dormimos entre viñedos, con el silencio a modo de nana y un cielo de esos llenos de estrellas. Al día siguiente sonó el despertador antes de la salida del sol: un gallo que nos gritaba “vamos, que el sol está a punto de caramelo.” Fuimos en busca del amanecer a lo alto de una montañita a unos minutos del hotel. Y, aunque no lo encontramos porque la niebla quiso tener más protagonismo, nos asomamos al Mediterráneo de nuevo, respiramos aire limpio y nos dejamos acariciar por la humedad. Un paseo de cuento, un premio al madrugón.
Después, paseamos por el centro de la ciudad, subimos 150 escalones de una escalera de caracol para encontrar otra perspectiva y nos dejamos deslumbrar por las vistas a la catedral.
Y ahora es cuando me gustaría bajar las luces, dejar un único foco que pudiera alumbrar a un piano de cola y que sonara un solo al que podría unirse, al cabo de un ratito, una batería poco a poco para presentar como se merece a: Les Grands Buffets . Un paseo por la auténtica cocina tradicional francesa que recupera las recetas clásicas de la burguesía. Allí vivimos una fiesta gastronómica que, si tuviera que vestirse, llevaría lentejuelas y converse.
Te aviso, si tienes la oportunidad de disfrutarlo un día: prepárate para tener a tu estómago bailoteando, tirando confeti, ansioso e impaciente llevándote de aquí para allá en #moodratatouille.
En este festín, encontrarás divididos diferentes placeres: la rostissérie, un inmenso asador donde tienes que probar el tournedo y el magret de pato, la mer con un banquete de marisco entre los que brillaban las ostras de Thau, la fromage, donde me hubiera quedado a vivir compartiendo habitación con más de 45 tipos de quesos (es el mayor buffet de quesos de Europa) y tatatachán, la pastissérie, una mesa con más de 100 variedades de postres.
En Les Grands Buffets nos metimos hasta la cocina, literalmente. Nos dejaron cotillear cada esquina y, cuando entramos en la parte de postres: ¡ay! Ojalá pudiera poner un link a aquel olor. Olor a suave, a calentito, olor a feria y a algodón de azúcar.
Para culminar la ruta nos llevaron a Carcassonne, declarada Patrimonio Mundial de la UNESCO. De las cosas que más llaman la atención al llegar a Carcassonne es su arquitectura medieval mezclada con fachadas que podrían ser de terciopelo: algo rugosas, con contraventanas de color pastel, plantas que escalan por todos sus rincones y farolillos de los de antes. Un contraste maravilloso.
Volvimos a aquel tren, un Narbonne – Madrid directo para asentar todas las vivencias de nuestra escapada y horas de lienzo en blanco para dejar zapatear estos dedos sobre el teclado.
Gracias a Xavier de Tryptic Comunicació y a sus ganas de demostrarnos que Renfe SNCF tiene el poder de conectar 21 destinos internacionales, entre ellos nuestro viaje.
Esto es #EatsTravel, nuestra particular ventana a un mundo que está para comérselo.
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